El cáncer de mama es una enfermedad que involucra a toda la familia, y que por lo tanto no debe verse como un tabú, porque requiere de redes de apoyo muy fuertes. Platicamos con Ale López, de 25 años, y su mamá Alejandra Carvajal, quien tiene 54 y tuvo un diagnóstico de cáncer en 2016.
Gracias a la autoexploración, Alejandra notó cambios en un seno, lo que la llevó a un largo camino que comenzó con radiografías y mastografías, para después pasar por una mastectomía y quimioterapia. Aquí, mamá e hija nos cuentan cómo vivieron estos meses después del diagnóstico y cómo pudieron acompañarse la una a la otra.
Dar la noticia
AC- Cuando te dan la noticia no sabes qué va a suceder, hasta que no te operen no sabes qué otros tratamientos vas a necesitar. Mi primera preocupación eran mis hijos, los veía muy vulnerables. Ese año, Ale se graduaba de prepa, y yo quería estar bien para ir a su graduación. Pero después eso se convirtió en un reto padre, porque esa meta me hacía tomar fuerzas.
Cuando mi esposo y yo les dijimos a mis hijos, se quedaron como en shock. No lloraban, no decían nada.
AL- Sí, mi reacción fue bloquearlo. Escuchas la palabra “cáncer” y es súper negativo, me costó trabajo asimilarlo. Sí recuerdo que no lloré y hasta a mí me extrañaba.
Uno de los momentos más duros fue cuando decidió raparse, porque después de la operación tuvo quimios y se le empezó a caer el pelo.
AC- Yo recuerdo otro momento. Antes de la operación, le pedí a Ale que me acompañara a comprar unas pijamas, porque yo sabía que era un proceso largo, me habían dicho que iba a estar casi un año en mi casa.
Solo quería comprar pijamas con botones al frente, pero ella no entendía por qué, hasta que le expliqué que era lo que se recomendaba porque iba a tener heridas, curaciones… sentí que ahí le cayó un poco el 20.
AL- No me acordaba de eso, pero sí creo que conforme avanzaba el tiempo iban pasando diferentes cosas que me hacían darme cuenta de que era real, que estaba sucediendo.
El tratamiento y cómo luchar contra el tabú del cáncer
AC- Estuve varios meses sin poder hacer muchas cosas. Mis hijos me dieron muchas fuerzas, y les pedí que me acompañaran a raparme. Por el espejo veía sus caritas y ahí sí los vi asustados. Fue un momento muy fuerte pero me encantó vivirlo con ellos.
AL- Sí, raparse ya es como una escena de película. Pero nunca lo vi como una tragedia, sentí que era algo que estaba pasando y que teníamos que superar. Me ayudó mucho ver cómo lo manejaba mi mamá, solo como un proceso en el que todos nos acompañábamos.
AC- Después de raparme, me ponía turbantes, me compré una peluca: no quieres que la gente lo sepa y te tenga lástima o que le tengan lástima a tus hijos. Pero sí hablé con sus maestros y también con las mamás de sus amigos cercanos.
AL- Creo que yo tampoco lo compartí por esa razón. Solo las personas cercanas sabían y me apoyé mucho en mi hermano, porque estábamos viviendo lo mismo.
Siento que el cáncer es un tema muy tabú y no te enseñan a hablar de él. Es algo con lo que hay que romper, porque es importante tener espacios para hablarlo sin sentir que te van a ver distinto. La primera vez que lo hablé bien fue con mi novio del momento, que su papá también había tenido cáncer, y fue una liberación poderlo compartir.
AC- A mí no me tocó que me recomendaran terapeutas o nutriólogos que te acompañan en tu diagnóstico. Ahora creo que es más común y me da mucho gusto, porque en ese momento necesitas todo el apoyo. Yo hablaba mucho con mi esposo, estuvo conmigo todo el tiempo. También con una hermana, que me acompañaba a citas médicas y tratamientos, y tuve una terapeuta que me ayudó mucho, pero me hubiera gustado que mis hijos también tuvieran terapia.
AL- Sí, ahora yo voy a terapia y me encanta, pero en ese momento no se me ocurrió y hubiera sido más sencillo aceptarlo y hablarlo con otras personas. Desde el minuto uno quizá el doctor te debería recomendar terapia familiar.
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