El hombre detrás de la figura: Oppenheimer, de Christopher Nolan
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El hombre detrás de la figura: Oppenheimer, de Christopher Nolan

Las biografías de científicos suelen explorar la dificultad del inventor para llegar a su descubrimiento más valioso. Sin librarse de esa fórmula, Oppenheimer, la cinta más reciente de Christopher Nolan, hace lo mismo con la historia del padre de la bomba atómica y se toma el tiempo de colocar al genio frente su obra, esta vez para descubrir que su creación es más grande que él.

Oppenheimer, protagonizada por Cillian Murphy, es la historia de un dios, su ascenso y su caída. Un dios entendido como alguien capaz de crear algo de una magnitud que lo rebasa, un arma que puede terminar con todo lo que conocemos y cómo ese mismo descubrimiento lo lleva tanto a la cima como a un descenso, augurado por otro genio que antes pudo haber pasado por lo mismo: un experimentado Albert Einstein con quien Robert Oppenheimer conversa en breves ocasiones.

El mito de Prometeo, en el prólogo de la película, también nos adelanta lo que pasará: aquel dios driego que robó el fuego del Olimpo y se lo dio al hombre, para luego ser castigado por ello, un relato que conecta al libro en el que se basa el filme: Prometeo americano.

Aunque la historia de Nolan se cuenta en distintos tiempos con destreza, hay dos periodos que son clave para entender el camino de Robert. El primero, un joven movido por la curiosidad y el deseo de trascender con el conocimiento; el segundo, la materialización de ese conocimiento aplicado en lo que parece ser un avance científico que se va alimentando de los intereses de otros, hasta que se sale de las manos.

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Oppenheimer y la moralidad de su personaje principal

La ciencia está llena de paradojas que complican o permiten llegar a resultados certeros, nos lo hacen saber en el periodo académico de Oppie -así llamado por sus conocidos- como estudiante y maestro. Ese concepto de la paradoja se hace más evidente cuando se plantea la idea de crear la bomba nuclear como un recurso para frenar el ataque de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, y con él evitar una catástrofe mayor. La paradoja se traslada al plano moral cuando alguien le menciona al protagonista que no puede cometer un pecado y esperar que sientan lástima por él cuando las consecuencias aparecen.

A lo largo de la cinta, Nolan se acerca a la psique del personaje y deja ver el peso de cargar con la culpa de haber prácticamente encarnado a la muerte gracias a su invento, de haber creado un arma que surgió de las contradicciones humanas y que además de todo deja de pertenecerle una vez que el gobierno la reclama. Cuando Robert entiende que la bomba ya nunca será suya y ahora está en manos de alguien más,el peso moral se comienza a notar incluso en la corporalidad del personaje, cada vez más frágil.

En las películas de la última década ha habido una tendencia de ver al hombre y explorar lo que hay detrás de la figura, así sucede en First Man (2018) de Damien Chazelle, donde se cuenta la historia de Neil Armstrong, el primer hombre en llegar a la luna, no desde la mirada de la figura pública, sino desde la del hombre contenido, que pasa por un duelo en silencio, algo que no expresa, pero lo vive y lo lleva consigo en su primer viaje al espacio. Tanto Neil como Oppenheimer cargan con un lastre que nunca llega a ser puesto en palabras, pero sí en expresiones y planos que acompañan su soledad. 

Así, en una película que ocurre entre encuentros y desencuentros de científicos y políticos, Nolan propone que la secuencia más impactante para los sentidos no sea la explosión de la bomba en Hiroshima y Nagasaki; en cambio, toma cierta distancia de los hechos y nos muestra la prueba que se hizo antes. La escena de mayor desborde visual, tanto para el público como para los protagonistas, ocurre en silencio, mientras la luz ilumina los rostros de aquellos que  se dan cuenta de que todo lo imaginado por el hombre puede ser un arma más grande que cualquier otra. 

Para una cinta que se vendió como un espectáculo visual, que necesita verse en IMAX, la solemnidad no recae necesariamente en sus imágenes, sino en la aproximación a lo que sucede en la mente de su protagonista y a los errores humanos que se cometen en el camino. 

Por: Grecia Juárez

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