Hoy, cualquier bar hipster con bancos de madera y mezcal en veladora en se autonombra “cantina”. Algunas tienen ramen, otras playlist de reggaetón triste. Pero nosotras sabemos que no son los looks, es la experiencia: la barra como altar, la botana casi como derecho de nacimiento, el cantinero como confesor de confianza (y definitivamente no cambia cada mes), el ambiente sin prisa, sin filtro y sin poses.

Sí, todavía existen las cantinas verdaderas, con ese aire de desahogo y pertenencia, donde una puede beber, chismear, llorar, brindar o simplemente sentarse a existir. Suena dramático, pero es que en CDMX hay lugares así; por ejemplo, ¿has escuchado de la cantina a la que García Márquez, Monsiváis y Fuentes eran frequent clients? La famosísima Ópera —con sus espejos ladeados y gabinetes al óleo— es testigo de aristócratas, escritores legendarios y hasta de una bala perdida de Pancho Villa (¡que ahí sigue!)
Como esta hay varias instituciones, cada una con su historial y vibe. Pero antes de pasarte nuestra guía de spots favoritos, te contamos algunas razones de por qué nos gustan las cantinas (y tienen que ver con sus orígenes e historia).
La cantina es prueba de nuestro amor por lo western (yee-haw!)
La cantina no nació en México, pero México la adoptó, la transformó y la hizo suya. Todo nació con las tabernas del medievo europeo, lugares de paso donde los viajeros descansaban, comían algo, se echaban un trago, y let’s go! Esa esencia de refugio nómada viajó hasta el S. XIX, cuando el concepto de cantina llegó al país desde el oeste de Estados Unidos.
En un inicio, las cantinas eran espacios que mezclaban la influencia europea con el estilo del “saloon” gringo. Se instalaron en barrios industriales, zonas de tránsito y centros urbanos, y pronto se llenaron de mesas de mármol, barras brillantes, espejos y botellas de cognac o brandy.
Comenzaron a servirse los “cocktails”, llamados así porque supuestamente se revolvían con la “colita de gallo” (ramitas o chiles largos). Btw, ya existían los pulques curados; mezcal y tequila con frutas, hierbas o miel… ¡definitivamente tenemos lugar en la historia coctelera!
¿Sabías que así nació la botanita?
Las pulquerías —antecesoras de las cantinas— ya eran populares entre trabajadores, que se reunían aquí tras sus jornadas. Pero, por el consumo excesivo, se impuso una regla: para servir alcohol, había que ofrecer comida. ¡Bienvenida a la botana! La estrategia de control que terminó por convertirse en símbolo nacional.
Inspirada también en los pinchos españoles, la botana mexicana evolucionó hacia platos completos: caldo de camarón, albóndigas, arroz, frijoles charros. En muchas cantinas tradicionales, todavía hoy, el trago se acompaña de una comida digna de fonda de barrio. Comer y beber no se separan.

Las mujeres y el Y2K también son culpables del cantina revival
Las cantinas nacieron como espacios donde se borraban las diferencias de clase: obrero, comerciante o poeta bebían en la misma barra. Pero esa “democracia” no incluía a las mujeres. Estábamos vetadas y si entrabas, eras vista como trabajadora sexual.
Para los años 70, las cantinas eran sinónimo de lugares sucios, oscuros, con bebidas adulteradas y hombres saliendo “hasta el rifle”. La publicidad y la presión social empujaron a las cantinas al margen. El tequila también sufrió una caída de imagen.
Pero todo es cíclico. A partir de los 2000, comenzaron a revalorarse como espacios de identidad cultural. Con el regreso del orgullo por el mezcal, el tequila, las recetas tradicionales y la estética nostálgica, las cantinas volvieron al mapa. Eso sí, con ajustes. En los años 60, con las luchas sociales, las mujeres comenzaron a entrar (aunque no oficialmente bienvenidas).
Hasta 1981, con el presidente Miguel de la Madrid, se prohibió legalmente negarnos la entrada. A partir de entonces, muchas cantinas se limpiaron, modernizaron y comenzaron a abrir sus puertas a una clientela más amplia que ya trabajaba, tomaba con amigas, y también quería su lugar en la barra.

Las cantinas nos representan (para bien y para mal)
Aunque la primera reconocida fue La Ópera en 1895, ya desde 1845 los vecinos se quejaban del desorden que se armaba en las “cantinas” generaban. Su auge llegó en el siglo XX, de la mano del cine de Jorge Negrete y Pedro Infante, que popularizó la tríada tequila–mariachi–charro. Así nació el estereotipo del mexicano fiestero: una marca país hacia afuera, pero una identidad limitante hacia adentro.
Lo sabemos, es un tema complejo. Y en medio de este revival patrio, nos preguntamos “¿qué hace que una cantina sea realmente una cantina?”. Mientras haya una barra, una copa, una conversación lenta y alguien que te escuche sin prisas, la cantina seguirá viva.

Sí al tequila, sí al mezcal, sí a la botana y al dominó: Algunas de nuestras cantinas favoritas en CDMX
Clásicas de hoy y siempre
La más antigua, primero fue una pastelería (1876) cerca del Teatro Nacional (de ahí su nombre). Famosa por su barra francesa y la bala que Pancho Villa disparó al cielo.

Salón Tenampa – Plaza Garibaldi
El templo del mariachi y el tequila. Ideal para llorar cantando.

Cantina española con historia de intelectuales, dominó y buen jamón.

Tragos largos y ambiente de fiesta. Mezcla lo bohemio con lo popular.

El Bosque – San Miguel Chapultepec
Barra sólida, buenas botanas, querida por locales y old school (de las últimas en dejar entrar a mujeres).

Un tesoro discreto con vibra clásica. Perfecto para ir en plan tranquilo (y con tu lomito si quieres). Pregunta por Perita, es conocida como la primera mujer bartender en la Ciudad de México. A sus 80 años sigue haciendo los mejores tragos.

Vieja escuela, auténtica y sin adornos. El alma cantinera en su forma más pura.

Lugar de paso y meeting point con décadas de anécdotas en cada silla.

Íntima, oscura y con ese aire de “todo se queda aquí”.

Modernas con alma cantinera
Es la versión joven y estilizada de la cantina. Tiene botana, música y alma de barrio.

Pulque, tacos, tequilas y diseño contemporáneo. Lo nuevo y lo viejo en sintonía.

Sotomayor – San Miguel Chapultepec
Un homenaje visual y gastronómico a la tradición cantinera, sin disfrazarla tanto.

Hace guiño a la esencia mexicana como cantina norteña de autor con estilo más upscaled.

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