Trick or Therapy: lo que tu disfraz de Halloween dice de ti
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Trick or Therapy: lo que tu disfraz de Halloween dice de ti

Cada octubre llega el mismo dilema: ¿de qué nos vamos a disfrazar? Entre calabazas, memes, y el ritual de ver qué locura hace Heidi Klum este año, Halloween se convierte en mucho más que una noche de dulces: es el momento perfecto para jugar a ser otra persona (aunque sea por unas horas).

Pero detrás de los brillos, el látex y los DIYs de último minuto, hay algo más profundo: una historia milenaria que conecta el disfraz con nuestros miedos, deseos y ganas de reinventarnos.

¿Por qué nos difrazamos? Del Samhain al “dulce o truco

Todo empezó con los celtas, que en el festival de Samhain se cubrían con pieles y máscaras para confundirse con los espíritus errantes. Años después, esa costumbre se transformó en el souling medieval (sí, cuando se pedían “pasteles del alma” a cambio de oraciones por los muertos), hasta llegar a la época victoriana, donde disfrazarse era sinónimo de estatus y moda.

Y btw, si te preguntas por qué es “Halloween”, surgió de All Hallows’ Eve (“Víspera de Todos los Santos”), la adaptación cristiana de antiguas celebraciones paganas.

Con el siglo XX llegaron los disfraces en masa, las máscaras de papel maché, los superhéroes y, eventualmente, las versiones que hoy dominan Pinterest y TikTok. De los fantasmas a Euphoria, Halloween siempre ha reflejado las obsesiones culturales de cada época.

Esto dice la psicología sobre nuestro disfraz de Halloween

Ponerte un disfraz cambia más de lo que crees. Según psicólogos, existe algo llamado “cognición vestida” —la idea de que lo que usamos altera cómo pensamos y actuamos. En Halloween, esa libertad se multiplica: nos permitimos romper reglas, explorar identidades y (por qué no) liberar lados que el resto del año escondemos.

La historiadora Lesley Bannatyne lo resume perfecto: “Halloween es una zona de amortiguamiento maravillosa, donde la creatividad trasciende géneros, creencias y normas sociales.” No por nada, durante décadas, la comunidad LGBTQ+ y los movimientos feministas han encontrado en esta noche un espacio para jugar con el poder y la identidad. En otras palabras: el disfraz no solo oculta, también revela.

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Pero claro, también es una industria millonaria (y no tan sostenible)

Hoy Halloween es la segunda fiesta comercial más grande en América, después de Navidad. Solo en EE.UU. se gastan más de 12 mil millones de dólares en disfraces, dulces y decoraciones.

Spirit Halloween abre más de 1,500 tiendas pop‐up que generan miles de millones en pocas semanas, mientras disfraces como el de bruja (5.8 mill. de adultos lo usan cada año) y Spiderman (2.6 mill. de niños) se repiten sin descanso.

Heidi Klum hace de su ritual un espectáculo cultural, dedicando hasta 10 horas para convertirse en Jessica Rabbit, un gusano gigante o un pavo real viviente. 

Pero hay un lado oscuro: el 83% de los disfraces contienen plásticos no reciclables, y millones terminan en vertederos cada año. Quizá el futuro del disfraz esté en volver a lo artesanal —un guiño al DIY original del Samhain— y alejarnos de la ropa “aplasticada” que sobrevive más en selfies que en la vida real.

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@kourtneykardash

¿Bruja, superhéroe o meme?

Por ahora, mientras entremos en ese debate interno cada Halloween, al final, lo que elegimos el 1 de octubre dice más de nosotras de lo que creemos.

Disfrazarse puede ser una forma de terapia, una catarsis colectiva donde el miedo, la nostalgia y el deseo de transformación se mezclan en una sola noche mágica. Así que este año, antes de ponerte la capa o las orejitas de gato, pregúntate: ¿a quién quieres invocar —o dejar salir— con tu disfraz?

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