Tu fantasía de un mundo de chocolate sí existe y está firmada por una artista, que usa este ingrediente (que “no es tan frágil como uno pensaría”) en esculturas espléndidas destinadas a destruirse: su nombre es Andrea Ferrero.
En conversación con InStyle, la artista visual peruana nos platica sobre sobre su obra; por qué la comida, la arquitectura y el arte tienen todo que ver con los roles de poder y lo que significa —como ella misma describe— “comer, digerir y cagar arte”.
¿Quién es Andrea Ferrero?
Andrea Ferrero hace chocolate y no tiene nada que ver con la marca italiana de esos chocolatitos cremosos con avellana que conoces. Ella es una artista obsesionada con los símbolos y para su arte usa el recurso más dulce.
Como una iconoclasta que cuestiona las ideas preconcebidas, su trabajo habla de cómo el humano ha demostrado su poder a lo largo de la historia a través de dos elementos: arquitectura y comida. Ambos conceptos protagonizan una obra comestible donde lo que consideramos “invencible y eterno” puede acabar en nuestro estómago y más allá… (haz tú la ecuación).
Aunque Andrea trabaja site specific, sus raíces peruanas están bien plantadas en todo lo que hace. De hecho, mientras viaja por el país donde creció, estudió y empezó a cuestionarse (“a interesarme por la arquitectura y sus elementos de poder”), nos platica más de su obra. Y mientras digerimos sus palabras, entendemos nuestra obsesión con los “para siempres” cuando, paradójicamente, lo eterno realmente es lo que nos resulta aburrido.
Entrevista con artista visual Andrea Ferrero
¿A qué sabe una obra comestible de Andrea Ferrero?
¡Muy dulce! Generalmente trabajo con chocolate, gelatina o azúcar quemada. Cuando hago banquetes o cosas por el estilo, mis piezas están rellenas de pastel.
¿Qué te llevó a crear con chocolate?
Investigando sobre la historia de la pastelería y las celebraciones alrededor de la comida, me topé con una movida Europea de 1800.
Mientras el azúcar era un lujo a expensas de la explotación de tierras y miles de personas, en Europa se creaban esculturas monumentales de azúcar: las “pièces montées” replicaban rui- nas antiguas, columnas griegas, fuentes roma- nas con chocolate, azúcar y mazapán.
En paralelo, estaba investigando las celebraciones de independencia en Latinoamérica, entre ellas el centenario de la independencia de México, que se celebró entre adornos europeos, chefs, artistas y hasta un menú francés. En este momento me invitaron a hacer un proyecto en torno a la comida y aquí empezó todo: la idea era recrear elementos decorativos arquitectónicos a modo de pièces montées, para que el público las comiera y destruyera.
¿Cómo describes tu proceso creativo?
Tomo un símbolo de la arquitectura o algún objeto que tenga valor histórico y le cambio algo (el contenido, la escala, la materialidad o su posición en el espacio). Desmantelo, desmembro y recompongo con la intención de reapropiar, repensar y reinterpretar símbolos históricos de poder. Reemplazar un material permanente por uno temporal, efímero, frágil… cambia por completo el carácter de un símbolo: ya no es esa cosa poderosa y eterna.
¿Cómo metabolizas nuevas ideas?
Estoy muy obsesionada con símbolos, elementos y seres que voy encontrando en fuentes de agua, puertas, cornisas, incluso baldosas de iglesias o casonas antiguas. Ha vuelto mi fascinación con las rejas. Estoy pensando en el sincretismo religioso, en los símbolos ocultos, la línea entre realidad y ficción.
A veces hago dibujos en mis notas del teléfono que luego ni siquiera entiendo. Anoto datos, calles, frases, letras de canciones… una constante y desde ahí voy trabajando, armando, ensamblando. Generalmente me clavo con una investigación y voy abriendo 5 mil pestañas de Google. Luego, mi herramienta estrella es Sketchup para poder bajarlo a un plano tridimensional y entender el espacio.
¿Cuál es la intersección entre comida, arte y arquitectura?
Hay muchas similitudes entre las estrategias de poder utilizadas en la arquitectura y la comida como ritual. Los edificios euro- peos del siglo 1800 enfatizan las ideas de fortaleza, de autoridad. En el contexto latinoamericano, la arquitectura colonial ha sido históricamente una forma de conquista visual y simbólica, reforzando ideas de subyugación, control y grandeza imperial.
De manera similar, los festines y banquetes de las cortes europeas eran espectáculos muy calculados y planeados: exhibiciones cuasi tea- trales y sumamente agresivas en los que se presumían alimentos preciosos extraídos de sus nuevas colonias. Tanto en la arquitectura como en la cena, la opulencia excesiva era muestra de control político y una estrategia de poder.
¿Qué rol juega la audiencia en tu obra?
Sin ella la pieza no existe. Ya venía trabajando con esta idea anteriormente, pero con la obra comestible esto tomó un nuevo giro.
Comer, digerir, metabolizar y cagar estos símbolos se vuelve clave para la activación de las obras”. Imaginación y humor son cruciales en la reflexión sobre significaciones culturales. Seguido recuerdo esta frase de George Bernard Shaw: “Si quieres decirle la verdad a la gente, más te vale hacerles reír o te matarán”.
Observando a la audiencia, ¿qué te ha revelado tu obra?
Por más que los proyectos se desarrollen desde una investigación, siempre es un juego, una interacción sumamente lúdica que además responde a un instinto básico que es el de comer… incluso raya la línea de la glotonería. Además, esto permite que la pieza tenga muchas diferentes lecturas, se generan nuevas capas desde las historias personales de cada uno..
¿Cuál es tu mayor fantasía de chocolate?
Algo gigantesco. Una fuente de chocolate a escala real, o quizás una escultura que se desintegre lentamente.
Debo preguntarte esto: después de crear y respirar chocolate, ¿te sigue seduciendo su sabor?
Jajaja, la verdad ya no lo como tanto como antes y cada vez soy menos fan del postre. Pero diario como un pedacito de chocolate oscuro antes de dormir.
¿Cómo ha cambiado tu perspectiva sobre la comida a través del arte y viceversa?
La comida es mucho más de lo que imaginamos. Ha sido el centro de una estrategia política que responde a principios estéticos, históricos y por lo tanto políticos, como lo fue el presumir ingredientes como la piña, el cacao, el azúcar, por ejemplo. Y en cuanto al arte, quizás no tiene que ser tan permanente. Estamos un poco obsesionados con la idea de lo “eterno” y no tiene por qué ser así. Pueden existir proyectos temporales, piezas efíme- ras, objetos que están pensados para desaparecer.
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