Detrás de las películas, hay un linaje real de fiestas secretas: bailes en castillos, cenas clandestinas, rituales en el bosque y clubes donde sólo entran los elegidos. Aquí te lo contamos todo.

Máscaras, rituales y bailes ocultos… ahora que en octubre entramos en mood fiesta y ocultismo, todas nos hemos preguntado alguna vez si películas de sectas secretas y fiestas locas como las escenas inquietante de Eyes Wide Shut existen.
Y sí, descubrimos que detrás de esa fiesta perturbadora hay una historia muy real —y fascinante— de celebraciones secretas que mezclan teatralidad, deseo y jerarquías cuidadosamente coreografiadas.
Mucho antes de que existieran los afters de moda en París o las cenas underground en Nueva York, la élite ya sabía jugar a los disfraces.


En el siglo XVIII, Marie Antoinette organizaba reuniones privadas en el Petit Trianon disfrazada de pastora, rodeada de cortesanos elegidos a dedo. En Inglaterra, Henry VIII mandó construir un castillo entero para celebrar una fiesta que duró 18 días: pura escenografía para un solo evento.
Pero fue en el siglo XX cuando estas fiestas alcanzaron un nivel casi mitológico. En 1972, la familia Rothschild family organizó el Surrealist Ball en su château de Ferrières, Francia.
Las invitaciones llegaban impresas al revés y sólo podían leerse con un espejo. La anfitriona, Marie-Hélène de Rothschild, usó una cabeza de ciervo con lágrimas de diamante. Salvador Dalí diseñó los tocados.
Audrey Hepburn apareció con una jaula en la cabeza. Los meseros, vestidos de gatos, guiaban a los invitados maullando. No fue una fiesta. Fue un ritual cuidadosamente montado para borrar los límites entre lujo, delirio y poder.

Unos años antes, en 1966, Truman Capote firmó otra escena legendaria: el Black and White Ball. Reunió a 540 invitados seleccionados —de Frank Sinatra a socialités, editores y artistas— vestidos de blanco y negro, todos con máscaras.
Fue bautizada como “la fiesta del siglo”. Capote incluso publicó la lista de invitados en The New York Times, para dejar claro quién había sido elegido… y quién no.
Mientras tanto, en los bosques de California, otro escenario aún más críptico tomaba forma: Bohemian Club y su famoso retiro anual Bohemian Grove. Cada verano, CEOs, expresidentes, artistas y oligarcas pasan dos semanas aislados en medio del bosque.
El evento inicia con la “Cremación del Cuidado”, un ritual frente a una estatua gigante de un búho. En el 2000, un joven Alex Jones logró infiltrarse y grabar el comienzo de la ceremonia. No era satánico, pero sí profundamente teatral: un espectáculo donde el poder se celebra en clave de performance.
Hoy, después de una era de sobreexposición digital, esa mística está de regreso. Lo secreto volvió a ser sexy. Las cenas clandestinas y clubes invite-only se convirtieron en la nueva cima del lujo simbólico.

Desde The Salon en Nueva York hasta La Table de Coco en París, lo importante no es lo que comes, sino con quién y cómo fuiste invitado. Contraseñas, luces tenues, chefs rotativos, atmósfera casi cinematográfica.
Es el mismo juego de siempre: quién entra, quién se queda afuera. Lo más valioso no es el cóctel perfecto, sino la historia que no se puede postear.
Y si pensamos que lo de Kubrick es ficción, basta mirar otros episodios reales. Durante World Economic Forum Annual Meeting, un selecto grupo de inversionistas asiste a eventos paralelos organizados por Moonshot Investor Network: reciben pergaminos con la frase “HAS SIDO ELEGIDO”, se visten como monjes y siguen pistas encriptadas para llegar a una ubicación secreta.
En la hermandad financiera Kappa Beta Phi, que celebra sus rituales en el St. Regis New York, los nuevos miembros —millonarios de Wall Street— deben vestir faldas doradas y actuar en parodias grotescas frente a los veteranos. Nada de lo que ocurre ahí dentro sale a la luz. Y si lo hace, es demasiado tarde para negarlo.

La teatralidad no es un accesorio. Es control. Cada máscara y cada gesto señalan jerarquías invisibles. Eso también lo entendió la escena underground neoyorquina.
En 1975, la estación de metro abandonada 57th Street fue el escenario de una de las fiestas más salvajes de la ciudad: el after oficial del estreno de Tommy. Bill Murray se coló. Andy Warhol observaba. Había reglas, aunque nadie las dijera en voz alta.
En los años siguientes, colectivos creativos transformaron vagones de metro en cenas clandestinas: candelabros, manteles largos, esmoquin y silencio absoluto bajo tierra.
Mientras tanto, en la superficie, Area Club se convertía en un templo de excesos. Entre 1983 y 1987, cada seis semanas el lugar se transformaba por completo: Muerte, Ciencia Ficción, Confinamiento.

Los invitados entraban por puertas secretas —a veces refrigeradores, a veces contenedores— y se encontraban con Madonna, Jean-Michel Basquiat y David Bowie. Las invitaciones eran frascos con pastillas falsas, llaves misteriosas y pasaportes intervenidos. Hoy, esos objetos son piezas de colección.
Al final, todas estas fiestas tienen algo en común: son un ensayo general del poder. Lo que se oculta no desaparece, se vuelve más deseable. Y en un mundo que todo lo muestra, esconder se volvió el gesto más moderno de todos.
Como escribió Oscar Wilde: “Dale una máscara y te dirá la verdad.”
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