Estas escritoras usaron seudónimos masculinos para publicar
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Estas escritoras usaron seudónimos masculinos para publicar

Había una época no tan lejana, en la que el talento literario de una mujer era considerado una rareza peligrosa. La sociedad patriarcal dictaba que su lugar estaba en la cocina, no entre las páginas de un manuscrito. Para muchas escritoras, la tinta y el papel se convirtieron en refugio, pero también en su trampa. Si querían ser leídas, tenían que disfrazarse de hombres. Sí, las plumas femeninas de la historia fueron, en muchos casos, fantasmas en su propio tiempo. En este recorrido, exploramos a las escritoras que usaron seudónimos masculinos, sus las estrategias y corazones rebeldes que hicieron posible que dejaran su huella en la literatura.

¿Quiénes fueron las escritoras que usaron seudónimos masculinos?

George Sand: rompiendo todas las reglas

Amandine Aurore Lucile Dupin, más conocida como George Sand, fue una mujer que decidió jugar con sus propias reglas. En pleno siglo XIX, no sólo adoptó un seudónimo masculino, también desafió los códigos sociales vistiendo ropa de hombre y fumando en público (un escándalo total para la época). Su novela Indiana (1832) marcó su debut literario y abordó temas feministas mucho antes de que esa palabra existiera en el vocabulario popular. Sand es un símbolo de libertad e inteligencia, que tuvo el valor y la habilidad de demostrar en su tiempo, que la literatura no tenía género ni era un capricho.

Las hermanas Brontë: “actúan como hombres”

En un rincón remoto de Inglaterra, tres hermanas se sentaban junto a la chimenea, creando mundos en sus mentes mientras el viento azotaba los prados de Yorkshire. Charlotte, Emily y Anne Brontë escribieron algunas de las obras más influyentes de la literatura inglesa. Sin embargo, para que esas palabras vieran la luz, tuvieron que ocultarse detrás de nombres masculinos: Currer, Ellis y Acton Bell. ¿Por qué? A mediados del siglo XIX, nadie tomaba en serio a las “señoritas escritoras”. Jane Eyre (1847, Charlotte), Cumbres Borrascosas (1847, Emily) y Agnes Grey (1847, Anne) son hoy clásicos literarios, pero en su tiempo fueron leídos y amados por un público que creía que los autores eran hombres. Su obra fue un acto de resistencia envuelto en papel.

Mary Ann Evans, Louisa May Alcott y Mary Shelley

En el Londres victoriano, Mary Ann Evans quería ser tomada en serio. Consciente de los prejuicios de su tiempo, eligió firmar sus obras como George Eliot. Middlemarch (1871) y El molino junto al Floss (1860) son tan complejas y humanas que rompieron las expectativas de lo que una “mujer podría escribir”. Su seudónimo fue una estrategia y también una declaración. George Eliot quería que sus libros fueran juzgados por su mérito literario, no por quién los escribió. ¡Y vaya que lo logró!

Louisa May Alcott, la autora de Mujercitas (1868), también publicó bajo un seudónimo masculino: A. M. Barnard. Con este nombre, escribió novelas góticas y cuentos más oscuros que contrastaban con el tono dulce de su obra más famosa. Alcott demostró que podía moverse entre géneros y desafiar las expecta- tivas de su tiempo. Mary Shelley, autora de Frankenstein, (1818) es una figura fascinante. Su obra fue inicialmente publicada de manera anónima, porque una novela sobre ciencia, filosofía y horrores “no podía” ser obra de mujer. Con el tiempo, Shelley reveló su autoría y pasó a ser un pilar de la literatura gótica.

Estas mujeres dejaron un eco que resuena hasta nuestros días. Lo hicieron porque creían que sus historias merecían ser contadas, porque sabían que el peso de su voz podía cambiar mentes, desafiar normas y abrir caminos. Cada libro que escribieron es un recordatorio de que las voces pueden ser ocultadas, pero nunca silenciadas.

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