El 15 de agosto, Conan Gray lanzó Wishbone, su esperado nuevo álbum, y desde la primera escucha no podemos dejar de pensar en el eco de otro disco que marcó a toda una generación queer hace casi diez años: Blue Neighbourhood de Troye Sivan. Ambos proyectos son más que música: son ventanas a la vulnerabilidad, la confesión y la cinematografía del romance entre hombres. Pero también son retratos íntimos de quiénes eran Troye y Conan en el momento de darles vida.


Troye Sivan: el susurro de una generación
Cuando Blue Neighbourhood vio la luz en 2015, Troye Sivan tenía apenas 20 años y el pop mainstream rara vez daba espacio a narrativas queer. Su debut se sintió como una revelación: un álbum introspectivo, delicado y melancólico que hablaba de un primer amor homosexual con honestidad y ternura.
Canciones como “Talk Me Down” y “Youth” se convirtieron en himnos de un despertar sensible y artístico. Troye construyó un universo sonoro casi cinematográfico, pintado con tonos azules, atmósferas indie y una vulnerabilidad que, en aquel entonces, resultaba radical.
Conan Gray: la vulnerabilidad sin filtros
Con Wishbone, Conan Gray recoge ese testigo, pero con la intensidad propia de la Generación Z. A sus 25 años, ya no canta desde la timidez de quien teme ser descubierto, sino desde la crudeza de alguien que creció en un mundo hipervisual, donde exponer los sentimientos es inevitable.
Sus canciones funcionan como confesiones directas, casi como entradas de diario gritadas a todo volumen. Si Troye construyó un refugio poético, Conan abre una herida frente al espejo: habla de soledad, desamor y deseo con un filo que mezcla enojo y belleza. Su arte no pide permiso: convierte el desbordamiento emocional en estética pop.
Storytelling visual: del susurro a la pantalla grande
Otro puente entre Blue Neighbourhood y Wishbone está en lo visual. Troye Sivan nos entregó una trilogía de videos (“WILD, “FOOLS” y “TALK ME DOWN”) que narran con delicadeza y crudeza la historia de un romance queer adolescente atrapado entre deseo y opresión. Su videografía no solo acompaña el álbum, sino que lo convierte en un relato audiovisual de iniciación.

En Wishbone, Conan Gray crea un arco narrativo que se siente como una película íntima en tres escenas. “This Song” abre con una confesión de amor, explorando la fragilidad y el miedo de decir en voz alta lo que el corazón calla. Luego llega “Vodka Cranberry”, donde, tras un break, su pareja empieza a tratarlo distinto: la distancia se percibe en cada gesto y lo que sigue es el caos de una ruptura sin cierre, con lágrimas a las 2 a.m. y una desesperación tan honesta como desgarradora. Finalmente, “Caramel” funciona como epílogo melancólico, mostrando los efectos que persisten mucho después de un amor perdido, donde el dolor convive con la nostalgia de lo que alguna vez fue.
Esa trilogía confirma que, para Conan, la música no termina en el audio: cada track es un episodio de una película emocional donde lo personal se vuelve universal. Sus videos, cargados de luces de neón y escenas casi teatrales, son confesiones hechas imagen.
Dos universos, un mismo linaje
Lo que conecta a Blue Neighbourhood y Wishbone no es solo el tema del amor entre hombres, sino la capacidad de transformar lo íntimo en arte colectivo. Troye nos dio la primera gran postal de un romance queer en clave pop indie; Conan, casi una década después, traduce esas emociones al lenguaje de una generación más frontal, digital y ansiosa.
Ambos discos son, en esencia, películas emocionales: paisajes sonoros y visuales que funcionan como espejos para quienes han sentido que amar significa exponerse, arriesgarse y, sobre todo, reconocerse.
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