El efecto glazed donut, las blueberry milk nails, el cinnamon roll lip tint… parece que de la noche a la mañana el menú de postres de un restaurante se transformó en una beauty bag. Hoy en día, no compras un lip gloss si no puedes compararlo con tu postre favorito.
La industria de la belleza está viviendo una era de antojos visuales, donde los productos no solo se aplican, se saborean. El maquillaje y el cuidado de la piel se vuelven más dulces, cremosos y, la verdad, irresistibles… y sí, todo esto es completamente planeado.
Pero este fenómeno no es solo una estrategia para que compres ni una moda pasajera de TikTok. Hay algo más profundo detrás, una conexión emocional entre la belleza y la comida, especialmente los postres, que nos habla de cómo consumimos, cómo nos damos un antojito y, al final del día, cómo queremos vernos y sentirnos.
La psicología detrás del antojo
La conexión entre belleza y comida no es nada nuevo. Desde los 2000, Lip Smackers ya se había adelantado con sus labiales para niñas con sabores desde Hershey’s hasta Birthday Cake, que todas secretamente queríamos “probar”. Pero lo que antes era solo un toque divertido, hoy es toda una estrategia emocional poderosa.
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La psicología detrás del marketing “comestible” es sencilla, cuando un producto activa varios sentidos (la vista, el olfato, la textura) se vuelve mucho más memorable y deseable. En belleza, eso significa crear productos que no solo prometen piel radiante, sino una experiencia que sabe.
Glossier lo tiene muy claro con sus empaques en tonos pastel y nombres como Espresso Balm o Cookie Butter que despiertan ganas de probarlos. Laneige también se apunta con su colección Bubble Tea, que incluye aromas a matcha y taro, y su colaboración con Baskin Robbins para crear un bálsamo con olor a rainbow sherbet. Y no podemos olvidar a Summer Fridays, que conquista con sus productos como Blush Butter Balm y los nombres de sus lip butters, cómo Birthday Cake o Pink Sugar, que suenan a puro antojo.


Pero la reina de esta tendencia es sin duda Hailey Bieber con Rhode, quien ha consolidado su marca usando dulces como inspiración para sus productos y su marketing. Desde su Glazing Milk, el blush viral Toasted Teddy, hasta su nueva colección Lemontini, basada en ese cóctel cítrico y dulce que es el hit del verano. Hailey sabe cómo hacernos querer todo lo que huele y sabe a postre.

Belleza emocional (y comestible)
Detrás de esta ola de belleza comestible hay algo que va más allá del color bonito o del empaque rosa. Hay una intención clara de suavizar la experiencia del autocuidado. De convertir el skincare y el maquillaje en un capricho, pero sin culpa.
Antes el maquillaje podía sentirse como una tarea (cubrir imperfecciones, corregir o “mejorar”), hoy se percibe más como un placer, un antojo que te das porque te lo mereces. Aplicarte una mascarilla con aroma a matcha no es solo cuidar tu piel, es recrear la sensación de tomarte ese matcha.


En una era donde todo lo que consumimos tiene que justificar su existencia (¿es clean? ¿es vegana? ¿es funcional?), estos productos dulces nos recuerdan que también está bien querer algo solo porque nos hace sentir bien. Punto.
En TikTok, esta tendencia ha explotado en forma de estéticas completas. Está el Vanilla Girl Look, con piel glow, labios glossy sabor vainilla y blush suaves. O el Strawberry Makeup, donde los labios rojos jugosos y el blush en la punta de la nariz nos recuerdan a una tarta de fresas. ¿Y qué me dices del Jelly Skin o los lip oils jelly? Todo es gelatinoso, brillante, casi bebible.
El futuro de la belleza se ve (y sabe) dulce
Así que no, no es solo una moda. Es un giro emocional, sensorial y hasta cultural en la forma en que consumimos belleza. Queremos productos que no solo funcionen, sino que nos abracen. Que nos hagan sentir como una cucharada de helado.
Y mientras más marcas se sumen a esta estética del antojo, más clara queda una cosa, la belleza, hoy, no solo se aplica. También se saborea.
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