¿Beige? Boring. ¿Espacios minimalistas? Pasado de moda. La Gen Z está rediseñando el hogar con una nueva estética emocional, imperfecta y sin miedo al desorden. Bienvenidos al auge del look rústico.
Por años, el minimalismo fue la respuesta segura: interiores despejados, paletas neutras, todo simétrico, todo calmo. Fue la estética del equilibrio, del “menos es más” y de la supuesta paz visual. Pero lo que una vez pareció elegante, hoy para muchos se siente frío, poco auténtico… incluso triste.
Ahí es donde entra la Gen Z. Con una sensibilidad mucho más emocional, expresiva y conectada al valor de lo único, esta generación le está diciendo adiós al beige eterno y hola a los interiores llenos de historia, textura y desorden encantador.
De lo neutro a lo narrativo
Lo que antes se veía como el estándar del buen gusto, ese sofá liso color crudo que parecía recién salido de Ikea, ahora es símbolo de lo genérico. La Gen Z no quiere algo que simplemente “combine”, quiere muebles que hablen.
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En su lugar aparecen piezas vintage, tapizados en terciopelo, colores intensos, formas curvas, y sillones que podrían haber sido heredados de una tía excéntrica. El resultado: salas que no se ven perfectas, pero se sienten profundamente personales.
Las estanterías también abandonan el look clínico: ahora están repletas de libros subrayados, cerámicas pintadas a mano, recuerdos de viajes, fotos sin marco y plantas. El nuevo mood no solo permite el desorden, lo celebra. Y no se trata de un caos cualquiera, sino de una narrativa visual. Cada objeto cuenta algo. Cada rincón dice “esto soy yo”.


Lo imperfecto, lo natural, lo único
La estética rústica no es un retorno literal al campo, pero sí una manera de traer lo orgánico a casa. Maderas desgastadas, textiles con textura, metales oxidados, cerámica hecha a mano: todo eso crea un espacio que se siente más cálido, más táctil, más real.
No hay perfección, y ahí está su encanto. La Gen Z está dejando atrás el showroom eterno y apostando por espacios que abracen, que se vivan, que se sientan como un refugio y no como una vitrina.
Además, muchas de estas piezas vienen de mercados de segunda mano o son hallazgos vintage, lo cual no solo reduce costos, sino que asegura que nadie más tenga exactamente lo mismo. Y eso, para una generación obsesionada con lo auténtico, es oro puro.
¿Cómo empezar a darle a tu casa ese toque rústico?
- Madera a la vista
Cambia una repisa, una bandeja o incluso el marco de un espejo por versiones en madera natural o reciclada. Entre más textura, mejor. - Detalles hechos a mano
Incorpora cerámicas artesanales, textiles tejidos o cestas de fibras naturales. Nada de producciones en masa. - Piezas con historia
Visita un bazar o mercado de antigüedades y adopta un objeto con pasado: una lámpara antigua, una silla desgastada, un jarrón imperfecto. - Colores tierra everywhere
Agrega cojines, mantas o cortinas en tonos terracota, beige, verde olivo o mostaza. Suma profundidad sin caer en lo aburrido. - Plantas y texturas vivas
Coloca una planta (aunque sea falsa) en una maceta de barro o cemento. O suma una alfombra de yute o lana gruesa. Lo orgánico transforma.


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