Las grandes historias no siempre empiezan con una pasarela ni con una campaña millonaria. A veces comienzan con una obsesión íntima y personal. En el caso de Mary-Kate y Ashley Olsen, todo arrancó con la búsqueda casi imposible de la camiseta blanca perfecta: esa que tuviera el fit exacto, la caída precisa y una calidad que resistiera el paso del tiempo. Al no encontrarla, decidieron crearla. Sin saberlo, en ese gesto silencioso sembraron la semilla de lo que hoy es The Row, una de las casas más influyentes de lujo.
Fundada en 2006 en Nueva York, lejos del glamour de Hollywood y del ruido mediático que siempre acompañó a las gemelas, The Row nació como un experimento personal que rápidamente se transformó en un manifiesto estético. Su primera colección estuvo compuesta por sólo siete piezas (entre ellas leggings y un tank dress de cashmere), pero desde ese inicio quedó claro que la intención no era seguir tendencias, sino construir una nueva idea de lujo: una basada en la artesanía impecable, el diseño atemporal y la ausencia total de logotipos.

De lo simple a un gran imperio: así ha evolucionado The Row
El nombre de la marca es un guiño a Savile Row, la histórica calle londinense famosa por su sastrería a medida, y resume perfectamente su filosofía. Durante el primer año y medio, Mary-Kate y Ashley se concentraron exclusivamente en perfeccionar esas piezas esenciales, sentando las bases de una identidad que prioriza la forma, el material y la discreción por encima de la fama o el marketing tradicional. Así, mucho antes de que el término se popularizara, las Olsen ya eran pioneras del quiet luxury.
Con el tiempo, The Row expandió su universo de manera medida y estratégica. La sastrería llegó en 2008, consolidando su reputación gracias a abrigos y trajes de líneas fluidas y tejidos exquisitos. En 2011 incursionaron en la marroquinería de lujo con bolsos estructurados y sin logos que pronto se convirtieron en símbolos del stealth wealth. Un año después, el CFDA las reconoció como Diseñadoras de Moda Femenina del Año, confirmando que su proyecto había dejado de ser un experimento para convertirse en una referencia seria dentro de la industria.
Hoy, valuada en más de mil millones de dólares, The Row es mucho más que una marca: es una filosofía. Sus piezas, desde un abrigo de cashmere hasta el icónico bolso Margaux, se entienden como inversiones emocionales y estéticas, heirlooms modernos pensados para durar generaciones. Mary-Kate y Ashley Olsen eligieron el camino contrario a lo desechable y optaron por hablar en voz baja, desaparecer del foco público y dejar que sus piezas hicieran todo el ruido. Y tal vez por eso, su influencia es imposible de ignorar.
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