Por años pensamos que tener demasiadas opciones era el mejor de los problemas. Pero entre la fiebre de las aesthetic, el regreso de una tras otra tendencia Y2K y la ola de microtendencias cada temporada, hay una realidad que no podemos seguir ignorando: vestirse se volvió agotador. Hoy, la moda se mueve a la velocidad del algoritmo. Un día es office siren, al siguiente es blokette. Y en medio de ese torbellino visual, muchas estamos sintiendo lo se le llama fashion burnout, y es el nuevo síndrome viral de nuestra generación.
La tiranía del “core” y las microtendencias
Si crees que todo se volvió un “core” es porque así es. Cada semana nace una nueva estética que promete revelar tu verdadero yo: balletcore, blokette, tomato girl, eclectic grandpa, mob wife, clean girl, cottagecore… y la lista sigue. Y aunque al principio puede parecer divertido, la saturación llegó a tal punto que muchas sentimos que, en el intento de seguirle el ritmo a tantas tendencias, estamos perdiendo el control sobre nuestro propio estilo.
Las microtendencias ya no duran una temporada: duran un scroll. Un día TikTok decide que los pantalones capri son el nuevo básico y al día siguiente los entierra. Esta velocidad, alimentada por algoritmos y viralidad, convierte la moda en un loop interminable de consumo, descarte y ansiedad estética.

La trampa aspiracional
Una de las consecuencias más tristes del fashion burnout es que nos aleja de nosotras mismas. El estilo personal hoy está enterrado bajo capas de tendencias copiadas de otras influencers. Porque seamos honestas: ¿cuántas veces hemos guardado un outfit en Pinterest pensando que lo vamos a recrear, y terminamos comprando cinco cosas que no combinan entre sí solo para intentar replicar ese core?
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Muchas de estas estéticas vienen acompañadas de una fantasía. Por ejemplo, el tomato girl look no es solo un vestido gingham: es la promesa de que te verás como si estuvieras cosechando albahaca en la Costa Amalfitana. El vanilla girl aesthetic no es solo ropa en tonos neutros: es tener una vida tranquila, con velas aromáticas, journaling y smoothies de avena. No compramos ropa, compramos ilusiones de estilo de vida.
El problema es que cuando la realidad no encaja con la fantasía, viene la decepción. La falda no te queda igual, el vestido se ve barato en persona, o simplemente te das cuenta de que no tiene sentido comprar lino blanco si vives en una ciudad con smog y banquetas sucias. Así que, otra vez, se va directo al fondo del clóset.
¿La solución al fashion burnout? Bajarle dos rayitas al algoritmo
Aquí no se trata de cancelar TikTok ni de dejar de jugar con la ropa (eso nunca). Se trata de hacer pausas conscientes. De preguntarte qué te gusta, qué te queda, qué usas de verdad, y qué te está dictando alguien más. Redescubrir tu estilo personal puede tomar tiempo, y sí, puede implicar aburrirte un poco. Pero es mejor eso que vivir en un loop de autoexigencia estética.
Una buena práctica es observar qué piezas repites sin darte cuenta, o qué looks te hacen sentir tú. Empieza a construir desde ahí. También puedes elegir marcas que hagan ropa con intención, buscar prendas de segunda mano, o simplemente darle otra oportunidad a lo que ya tienes.
La moda no debería sentirse como una carrera. Ni como una prueba que tienes que pasar todos los días. El estilo personal no se compra, se construye. Y para eso no necesitas seguir la estética de turno, sino empezar a ignorarla un poquito.
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