La censura nunca es inocente. Siempre hay alguien decidiendo qué se puede ver y qué no. Y aunque a veces se disfraza de respeto o sensibilidad, lo que busca es simple: silenciar lo que incomoda. El arte que provoca, confronta y revela nuestras grietas más profundas suele ser el primero en desaparecer del mapa… ¿por qué?
Cuando se trata de arte, esa incomodidad es muchas veces el objetivo, no el problema… pero me estoy adelantando.

El cuerpo como campo de batalla… aquí seguimos
¿Sabías que los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina fueron cubiertos por órdenes de la Iglesia? Hoy nos parecen patrimonio universal. Pero vivimos en la misma era que censura el póster de Madres Paralelas de Almodóvar en Instagram… ¿la razón? Sí, el mundo sigue preocupado por ver una boob.
Desde hace siglos, el cuerpo —y sobre todo el cuerpo femenino— ha sido un punto de conflicto entre arte y autoridad. El origen del mundo de Courbet (1866) escandalizó por representar una vulva con brutal honestidad. Caravaggio fue criticado por mostrar la muerte de una virgen “demasiado real”. ¿La realidad asusta? Tal vez, como decía Freud, lo que más nos inquieta es eso que se parece demasiado a nosotros: lo siniestro.
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Lo abyecto: entre el asco y la atracción hay una línea delgada
Julia Kristeva lo define así: lo abyecto es lo que borra fronteras, lo que nos descoloca. Sangre, desechos, cuerpos en descomposición… cosas que queremos rechazar pero no podemos dejar de mirar.
Artistas como Marc Quinn (con su autorretrato hecho de sangre congelada) o Piero Manzoni (con sus latas de excremento) trabajan con lo que nos repele. Piss Christ de Andres Serrano —un crucifijo sumergido en orina— fue vandalizado y vetado. Porque lo abyecto, más que escandalizar, hace tambalear nuestros referentes más sagrados.

Lo grotesco: exceso como protesta
El grotesco, según el teórico Mikhail Bakhtin, es el cuerpo que se desborda. Es lo exagerado, lo que mezcla humor con horror. En el arte contemporáneo, esta estética se usa para cuestionar estructuras de poder.
Kara Walker, por ejemplo, crea siluetas de gran escala que retratan escenas brutales del pasado esclavista. Paul McCarthy convierte a Santa Claus en una figura obscena para satirizar la cultura del consumo. No se trata de escandalizar por escandalizar. Lo grotesco, como lo abyecto, es una forma de decir: esto también existe, aunque no quieras verlo.
El arte incómodo como espejo
Artistas como Jenny Saville, Cindy Sherman o Patricia Piccinini no hacen obras “bonitas”. Hacen arte que duele, que descoloca, que mezcla cuerpos mutantes, heridas y sexualidad para hablar de identidad y trauma.
El problema es que, en tiempos hiperpolitizados, la línea entre crítica y ofensa se ha vuelto más fina que nunca. Dana Schutz pintó el cadáver de Emmett Till (Open Casket, 2016) para denunciar el racismo. Pero fue criticada por apropiarse del dolor afroamericano. Heather Dewey-Hagborg usó ADN de chicles y colillas para hacer retratos 3D de personas desconocidas. Una crítica a la vigilancia genética, sí. Pero también una invasión de privacidad.

De la censura institucional a la cancelación digital a.k.a. de la iglesia a X (Twitter)
Históricamente, la censura era clara: la ejercían instituciones como la Iglesia, el Estado o las academias. El “arte degenerado” para los nazis es un ejemplo brutal. En 1933, más de 6,500 obras fueron retiradas por ser “no arias”, desde Kandinsky hasta los Bauhaus. El régimen incluso organizó una expo para ridiculizar ese arte… que terminó siendo, irónicamente, más popular que la expo nazi oficial.
Vivimos en la era de la “cancelación”. Hoy, la censura no solo proviene de gobiernos. También aparece desde el público; viene también de las redes sociales, los colectivos organizados y la presión de una “audiencia sensibilizada”. La censura se volvió más difusa, pero igual de efectiva. Y ya no se trata solo de qué se muestra, sino de quién tiene derecho a mostrarlo.
Dana Schutz, Sam Durant, Santiago Sierra… artistas que han sido cancelados no por el contenido en sí, sino por atreverse a representar dolores que, según algunos, no les pertenecen.
¿Hay leyes claras que permiten cancelar una obra?
En países con libertad de expresión como México o EE. UU., la censura es rara vez explícita. Pero existe de forma indirecta: presiones económicas, protestas, cancelaciones curatoriales. En España o Argentina, se invocan conceptos vagos como “convivencia” para cancelar obras.
En 2018, Santiago Sierra fue retirado de ARCO por mostrar presos pixelados. Más tarde, se autoexcluyó de la Bienal de España en protesta. En países africanos o árabes, obras queer como las de Zanele Muholi son vetadas por “normas religiosas”. Y en China o Rusia, artistas como Ai Weiwei han sido encarcelados por “amenazas a la seguridad nacional”.
¿Puede el arte ser peligroso? Tal vez no. Pero sí puede ser incómodo para el poder. Ai Weiwei, famoso por “Semillas de girasol” (2010), fue arrestado, su estudio demolido, su arte confiscado. Su delito: hablar demasiado claro.

¿Quién decide qué es ofensivo?
Los museos deberían proteger la libertad de creación, pero no siempre lo hacen. A veces defienden las obras, como el MoMA con una pintura de Balthus, acusada de cosificación infantil. Otras, ceden ante la presión.En democracias como México o Estados Unidos, donde la libertad de expresión está protegida por ley, la censura no es oficial… pero sí existe. Puede manifestarse como recorte de fondos, presión social o cancelaciones preventivas.
La línea entre censura y cuidado está cada vez más borrosa. ¿Quitar una obra porque ofende es proteger o callar? ¿Qué sensibilidades merecen protección? ¿Qué imágenes son demasiado incómodas para el espacio público?
México también censura
En febrero de este año, la exposición La venida del Señor de Fabián Cháirez fue suspendida tras protestas religiosas. Su obra mezcla espiritualidad y erotismo queer. ¿Por qué se acepta el éxtasis místico en santos, pero no en cuerpos disidentes?
Cháirez ya había enfrentado polémica en 2019 con su Zapata feminizado. Su arte nos obliga a pensar: ¿quién puede representar lo sagrado? ¿Quién decide qué cuerpos pueden desear y ser deseados?
¿El arte tiene límites?
Sí, el arte puede incomodar. Y justo por eso importa. Como dijo Khaled Sabsabi, artista libanés-australiano: “A veces nos miramos al espejo y no nos gusta lo que vemos. Pero sería un mundo muy triste si esa imagen estuviera prohibida”.
David Freedberg, experto en iconoclasia, lo resume así: censurar una obra es reconocer su poder. Si no fuera potente, nadie se molestaría en silenciarla.
¿Y si el problema no es la obra, sino nuestro miedo al cambio?
Hoy, me queda claro que los posts eliminados son los frescos censurados de hace siglos. Aún nos cuesta entender que lo que da asco también dice verdades y que el arte de hoy no confirma creencias, las confronta. Quizá lo que más nos ofende suele ser lo que más necesitamos mirar.
Tal vez lo que nos repele del arte grotesco o abyecto no es su forma, sino lo que revela: que la identidad, el deseo, el dolor y el poder son más complejos —y más turbios— de lo que quisiéramos aceptar. Como dice el psicólogo Paul Rozin, el asco es un mecanismo evolutivo para evitar lo tóxico… pero a veces lo que evitamos no es el peligro, sino la transformación que viene con él.
Y cuidado: esa obra que hoy te incomoda, mañana podría estar adornando el techo de tu templo.
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