Después del fenómeno cultural que fue Motomami, todos nos preguntábamos qué podía hacer Rosalía para superarse. La respuesta llegó con LUX, un álbum que deja atrás el reguetón y los beats digitales para adentrarse en lo sinfónico y lo espiritual, grabando con la London Symphony Orchestra
Inspirado en la “mística femenina”, LUX explora cómo las mujeres, desde santas y diosas hasta simples mortales, han vivido el amor, el deseo y la fe a lo largo del tiempo. Está dividido en cuatro movimientos (como una sinfonía clásica), y cada uno representa una etapa distinta de ese viaje del alma: del caos terrenal a la calma divina. Rosalía canta en más de diez idiomas y mezcla lo clásico con lo contemporáneo de una forma que solo ella podría hacer.
LUX no es solo un álbum, es su versión de un viaje espiritual contado a través de la música. Así como en El mal querer nos llevó por la historia de un amor tóxico, aquí nos guía por una búsqueda de propósito, fe y poder femenino. Y sí, te vas a querer quedar hasta el final, porque cada canción cuenta una parte distinta de esa transformación.
Lo que revela Rosalía en LUX
Primer movimiento
“Sexo, violencia y llantas”
Rosalía no entra suavecito, entra con todo. Sexo, Violencia y Llantas es el resumen emocional de todo lo que viene. En una misma canción, pone frente a frente el mundo físico. El deseo, los impulsos, lo que se ensucia y lo espiritual, lo que busca trascender. Es como si dijera “sí, hay sexo, hay violencia, hay coches rugiendo… pero también hay palomas, destellos y santas”. Esa tensión entre lo común y lo sagrado será el hilo conductor de LUX.
Y justo cuando estás procesando todo, llega una transición de cuerdas que te lleva directo a la siguiente canción, “Reliquia”.
“Reliquia”
Aquí es donde realmente comienza la historia. Si “Sexo, violencia y llantas” era el prólogo, “Reliquia” es el primer capítulo. Rosalía canta sobre todo lo que ha dejado atrás: amores, ciudades, versiones de sí misma. “Perdí mis manos en Jerez y mis ojos en Roma”, dice, como si cada lugar le hubiera quitado algo, pero sin rencor. No lo hace desde la tristeza, sino desde la aceptación: lo que perdió también la moldeó.
Cuando afirma “soy tu reliquia”, no suena a sacrificio, sino a poder. En la religión, una reliquia es algo sagrado que se guarda y se venera; para Rosalía, esa reliquia es ella misma, su historia y su arte. Y cuando cierra con “el pelo vuelve a crecer”, lo dice como un recordatorio de que todo lo que se pierde puede renacer, aunque sea de otra forma.
“Divinize”
En “Reliquia” veíamos a Rosalía dejar atrás el pasado, pero en “Divinize” se suelta por completo para alcanzar su despertar espiritual. La canción arranca con una guitarra suave y la frase “Sé que fui creada para divinizar”. Básicamente, su misión es transformar lo humano en algo sagrado a través de la música.
Y en LUX Rosalía finalmente entendió cuál es su propósito. En una entrevista con Zane Lowe contó que siempre supo que su destino era hacer música: “Yo sabía que mi misión era hacer música, y lo pedí. Sé que no es gratuito. Yo esto lo rogué.” Esa entrega se siente en cada verso.
Además, es la primera vez en años que canta en catalán, su idioma natal, y lo mezcla con el inglés como si juntara todas sus versiones en una sola voz. Hay una línea preciosa: “Fruita roja i rodona, òbviament és la poma”, una referencia a la manzana del Edén, pero reinterpretada desde una mirada femenina y poderosa: sí, la mordí, y por eso conozco la luz.
Rosalía ya no busca lo divino, lo está creando desde ella misma.
“Porcelana”
Pero claro, nadie alcanza la iluminación sin tropezar. “Porcelana” llega como ese momento donde la fe se pone a prueba. La canción empieza suave con Rosalía describiendo una piel que brilla como porcelana “de ella emana luz que ilumina o ruina divina”, pero pronto la armonía se quiebra.
La dulzura se transforma en tensión. Aparece una voz masculina (¿Dios? ¿Travis Scott? ¿Frank Ocean? El misterio sigue vivo) que le dice que no tenga miedo. Es como una conversación entre lo humano y lo divino, entre la duda y la revelación. Mientras tanto, Rosalía repite en latín “Yo soy la luz del mundo”, como si necesitara convencerse a sí misma.
Musicalmente, parece la Rosalía OG, la de “A Palé” y “Malamente”, con ese contraste entre lo duro y lo delicado. Al final, las voces celestiales y unas palmas flamencas cierran la canción con un golpe seco, casi simbólico. Silencio. Como si Dios le hubiera respondido y ella solo necesitara respirar.
“Mio Cristo”
Después de todo lo que pasa en “Porcelana”, “Mio Cristo” es Rosalía completamente entregada. Es su momento más emocional del disco. Canta en italiano, sin efectos, sin producción exagerada, solo ella y su voz. Y eso lo hace aún más potente.
Aquí Rosalía le canta directamente a su “Cristo”, que puede entenderse como Dios, pero también como su propósito: la música. Está agradecida por su talento y lo ve como algo sagrado. En una entrevista dijo que le tomó un año entero hacer esta canción, y se nota.
La frase principal, “Mio Cristo piange diamantes” (“Mi Cristo llora diamantes”), dice que lo divino también puede sufrir. Y cuando canta “cuántos puños te han dado que deberían ser abrazos”, es imposible no pensar que habla también de sí misma, de cómo a veces ser diferente o tener fe en algo te hace recibir críticas en lugar de cariño.

Segundo movimiento
“Berghain”
Y justo cuando crees que Rosalía se ha elevado del todo… te lanza “Berghain”. Un regreso brutal a la tierra, a la carne, al deseo. El nombre lo dice todo, el mítico club berlinés donde es imposible entrar…y salir. Es el lugar donde lo sagrado y lo profano bailan al mismo ritmo.
Aquí la escuchamos débil, humana, confesando “solo soy un terrón de azúcar” mientras una voz divina (nada más y nada menos que Björk) la rescata del abismo. La islandesa suena como un ángel, guiándola de regreso al camino espiritual: “no te pierdas, sigue la música”. Pero claro, esta es LUX, y la luz siempre coexiste con la sombra: Yves Tumor irrumpe con su voz demoníaca y sexual, repitiendo “I’ll fuck you ‘til you love me”. Es la tentación, el ego, el cuerpo que quiere dominar el alma.
La canción se divide en tres actos: la caída, la intervención divina y la redención. Rosalía se mueve entre lo celestial y lo carnal, entre la fe y la pasión. “Berghain” es la prueba de que incluso cuando intenta ascender, el mundo la jala de vuelta y que en ese conflicto está su fuego creativo.
“La perla”
Después del caos emocional de “Berghain”, Rosalía se da cuenta de que todavía tiene cosas que soltar, especialmente del pasado. “La perla” es una limpieza emocional con ritmo y humor. Es una de las canciones más ligeras y divertidas del álbum, pero también una de las más directas.
Aquí se une con Yahritza y Su Esencia, y juntas crean algo que suena al regional mexicano, pero con el toque Rosalía. Desde los primeros segundos se oyen cuchillos (literalmente), y ya sabes que la cosa va a doler un poco. Es una canción de desahogo y despecho.
Rosalía y Yahritza le cantan a un ex con el que claramente no quieren volver. Lo llaman “una red flag andante” y lo hacen con una mezcla de dolor y humor. En medio, Rosalía incluso suelta un mini discurso: “No referirse a él como icono sería para él una narrativa reduccionista”. Está ridiculizando la idea de tratar a su ex como si fuera alguien “icónico” o importante.
En resumen, “La Perla” es el punto en el que Rosalía deja de llorar y empieza a soltar.
“Mundo nuevo”
Una vez que deja atrás el resentimiento, Rosalía puede seguir su viaje espiritual. “Mundo nuevo” es el comienzo de su ascenso, una especie de renacer donde vuelve a sus raíces flamencas. Si “La Perla” era un cierre de ciclo, aquí empieza uno nuevo.
La canción toma inspiración de La Niña de los Peines, una de las voces más legendarias del flamenco, y la transforma en algo íntimo y espiritual. Rosalía canta sobre dejar atrás el mundo viejo para encontrar algo con más “verdad”.
Su voz suena muy desnuda, sin adornos, y transmite mucha calma. Es como si, después de tanto drama, finalmente pudiera respirar. “Mundo Nuevo” marca un cambio de energía en el disco.
“De madrugá”
“De madrugá” funciona como un puente entre lo terrenal y lo celestial. Es una canción que Rosalía ya había cantado en vivo hace años y que ahora recupera con una nueva producción. Tiene coros en ucraniano y una atmósfera muy emocional, casi mística.
Musicalmente, recuerda a su era de El Mal Querer, especialmente por el toque de El Guincho, su productor de confianza. Es flamenca, moderna y tiene ese sentimiento de madrugada literal, esa hora en la que todo se siente más honesto y más profundo.
Es corta, pero funciona como un respiro antes de que el disco entre en su parte más espiritual y su tercer movimiento. Como si Rosalía se estuviera preparando para dejar por completo la tierra y mirar hacia el cielo.
Tercer movimiento
“Dios es un stalker”
El tercer movimiento de LUX arranca con una de las canciones más pegajosas y sarcásticas del disco. En “Dios es un stalker”, Rosalía mezcla humor, pop y reflexión para hablar de lo agotador que puede ser sentirse observada todo el tiempo.
Con versos como “detrás de ti voy, yo que siempre espero que vengan a buscarme a mí”, Rosalía expone esa contradicción entre querer ser vista y, al mismo tiempo, querer desaparecer. La canción reflexiona sobre la omnipresencia, como si Dios (o el público, o los medios) la observaran sin descanso. “La omnipresencia me tiene agotada”, confiesa. Y si en el universo de LUX la música es su forma de fe, entonces tiene sentido que nosotros, los oyentes, seamos ese Dios que la mira, la adora y, a veces, también la cansa.
Musicalmente, es una de las piezas más pop del álbum, con ritmos ligeros, palmas y toques de jazz. En pocas palabras, “Dios es un stalker” es Rosalía riéndose de su fama, del mito que la rodea, y mostrando que detrás del personaje sigue habiendo una persona normal.
“La yugular”
Luego viene “La yugular”, una de las canciones más íntimas y emocionales del disco. Aquí, Rosalía baja por completo el volumen y se queda casi sola con una guitarra española. La letra es profunda, casi como un poema, y se siente más como una plegaria personal que como una canción pop.
Habla de Dios, pero no desde una religión concreta. Lo llama “Undibel”, que es “Dios” en lengua caló, e incluye frases en árabe como “por ti destrozaría el cielo”. Es una manera de decir que lo divino puede tener muchas formas.
La canción se siente como una confesión, un momento de vulnerabilidad absoluta. Rosalía se pregunta “¿cuántas historias caben en 21 gramos?”, una clara alusión al peso del alma, y con eso deja ver que está hablando de lo más profundo: la vida, la muerte y el sentido de todo. Al final entra Patti Smith con su voz grave y casi profética.
En una conversación con Zane Lowe, Rosalía contó: “Vi a Patti el otro día aquí en Madrid, estaba tocando “Horses”. Fue una locura, una clase magistral. Verla escupir en el escenario con tanta gracia y sin importarle nada.”
“Sauvignon Blanc”
En “Sauvignon Blanc”, Rosalía brinda, pero no por amor, sino por soltar el pasado. Es una canción tranquila y serena, donde ya no hay drama, solo paz. “Ya no tengo miedo del pasado, está en el fondo de mi Sauvignon Blanc”, canta, dejando claro que todo lo que dolía ya se quedó atrás.
Con solo voz y piano, se despide de lo material “no quiero perlas ni caviar” y abraza algo más espiritual. Habla de “mi Dios”, no como algo religioso, sino personal, como su propia fe interior. “Sauvignon Blanc” es el cierre de una etapa, un brindis por lo aprendido y por la libertad de seguir adelante sin miedo.
Cuarto movimiento
“La rumba del perdón”
Y para cerrar el viaje, llega “La rumba del perdón”. Es el final perfecto, alegre, flamenco y luminoso. Aquí Rosalía canta con Silvia Pérez Cruz y Estrella Morente, dos artistas enormes, y juntas hacen magia. Las tres voces se mezclan tanto que a veces ni sabes quién canta qué, y eso lo hace aún más poderoso.
Lo más bonito es el mensaje, ahora Rosalía no está pidiendo perdón, sino dándolo. Después de todo lo que vivió durante el disco (el ego, la fe, el dolor, el amor) termina en paz. Dice “Toíto te lo perdono” con una ligereza que se siente como respirar después de llorar mucho.
“La rumba del perdón” suena a reconciliación y celebración. Es la Rosalía de siempre, la flamenca, pero ahora completamente transformada. Cierra el disco con una sonrisa, como diciendo “ya lo entendí todo: perdonar también es una forma de ser libre”.
“Memória”
Así llegamos al final de la vida terrenal de Rosalía con “Memória”. Aquí se une a Carminho, una de las voces más importantes del fado portugués, para cantar sobre todo lo que ha vivido: sus recuerdos, sus milagros y sus errores. Es una despedida tranquila, sin tristeza, donde el sonido de las arpas y el portugués le dan un aire de paz y nostalgia.
La letra dice “Cuando muera solo pido no olvidar lo que he vivido”, y resume perfectamente el mensaje. No se trata de decir adiós, sino de agradecer. Las dos voces se mezclan en una melodía suave y melancólica que invita a cerrar los ojos y dejarse llevar. “Memória” suena como una carta final, una reflexión antes de partir.
“Magnolias”
El cierre absoluto del disco llega con “Magnolias”, donde Rosalía asiste simbólicamente a su propio funeral. No hay tristeza, ni resentimiento y ella canta “Todos habéis venido, hasta mis enemigos”.
Aquí Rosalía llega a su meta. Cumple su misión de hacer que su música trascienda y se despide agradecida. Acompañada por un coro celestial de la Escolania de Montserrat, uno de los coros de niños más antiguos de Europa, eleva su voz hacia el cielo y promete que su arte seguirá vivo: “Yo que vengo de las estrellas, hoy me convierto en polvo para volver con ellas.”
Es un final poderoso y simbólico. Las magnolias representan el cierre de un ciclo, pero también la belleza que queda cuando algo termina. “Magnolias” no suena a final triste, sino a renacimiento y eso precisamente es LUX.
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