Álvaro Lafuente, Guitarricadelafuente, lo entrevisté un martes cualquiera, pero mi cuerpo no lo sabía.
Iba con el latido apurado de alguien que está a punto de ver de cerca a quien vive instalado en su Spotify Wrapped #1. Y no solo por admiración, sino por la sensación curiosa de estar entrando al universo de alguien que, sin saberlo, me ha acompañado en tantos lugares invisibles.
Aún no supero esa noche de septiembre 2022 en la CDMX: un auditorio pequeño, íntimo (de esos que te hacen sentir nostalgia por los tiempos en que aún veíamos a un artista antes de que lo reclamaran los estadios). Todos de pie, él poniéndose la camiseta de la Selección Mexicana, bailando entre Agua y Mezcal, llorando con Conticinio como si me hubieran roto y cosido el corazón al mismo tiempo.
Y entonces llegó un viernes, tres años después, con un nuevo disco que revela de Álvaro más que cualquier entrevista pasada: Spanish Leather. Un álbum más magnético, más desgarrado, más juguetón, más crudo, más él. El mismo ligero dolor, pero con una sonrisa torcida. La misma lírica afilada, pero con frases desatadas.

Cuando por fin se sienta frente a mí, me doy cuenta de algo inmediato: aunque Guitarricadelafuente es tan transparente, Álvaro es completamente inesperado.
Piensas que lo conoces a través de sus canciones por todo lo que canta —sus sombras, nostalgias y vértigos— pero en conversación se abre un universo nuevo. No posa, no impone, no actúa como alguien que ya sabe que lo admiras; es un chico ligeramente nervioso, honesto, curioso. Y para sorpresa mía, que juraría que ama las sobremesas como buen melancólico, las odia.
Pequeñas contradicciones, detalles que no encajan con el retrato imaginado, pero que lo vuelven todavía más él.

Empiezo preguntándole por su voz, esa mezcla rara de frescura y nostalgia que parece salir de algún lugar que no es técnico, ni aprendido, ni imitado. “Canto igual cuando nadie me oye. Siempre ha habido una forma de despersonalizarse. Es ponerse en las botas de otra persona. Al cantar folclore latinoamericano o andaluz, sin tener ese acento, me impregnaba de él para defender la canción. El lugar desde el que cantas es espiritual: te pones en otro sitio para descubrir otra cosa”.
Lo escucho y pienso que eso explica por qué sus canciones nos llevan a recuerdos que no vivimos. Pero él lo dice mejor: “Lo mío no es contar recuerdos específicos, es provocar los tuyos. A veces no sabes si una canción te da nostalgia de la infancia o de un amor; simplemente te toca un sitio que ya existía en ti”. Y tiene razón: sus canciones duelen porque despiertan algo que no sabíamos que estaba ahí.
Hablamos de lenguaje, de cómo habla la gente joven, ese norte que parece seguir en este nuevo disco —y su forma de elevar lo cotidiano. “En este disco hay expresiones del día a día. ‘Joder, qué pasada’. Fonéticamente no es bonito, pero tiene su lugar. O ‘tu culo en la Barceloneta es folclore’: por lo directo que es, penetra más”…y sí: esa frase vive rent free en toda una generación. Su poética está hecha de esas pequeñas verdades que otros evitarían, pero él no lo esquiva.
Hablamos del vértigo detrás del éxito, de las giras, de verse proyectado en miles. “Terminas un disco y crees entenderlo, pero no es del todo tuyo hasta que la gente se proyecta en él. Estoy aprendiendo a ver esas interpretaciones. A ver las canciones desde otras perspectivas. Como que todo se está asentando”.
Ahí entra otro principio que lo guía: la faceta mágica de la inmediatez. “Si algo me resuena, sigo desde ahí. Si esperas mucho, se pudre. Si intentas dejarlo perfecto, puede quedar sin alma”. En otras palabras: el riesgo también es raíz.

Todo esto encaja y le cuento de mi obsesión reciente con Almost Famous, y esa cita que dice que la única moneda verdadera en un mundo corrupto es lo que compartes cuando no eres cool. Él sonríe —esa sonrisa que tiene algo travieso— y me dice: “Antes me escondía más. Había esta idea de que ser misterioso te hace más interesante. Pero ya me parece aburrido. Lo sexy ahora es mostrarse sin coberturas, sin miedo al cringe”.
Y es que somos de la misma generación, la generación del cringe, la que siempre estuvo siendo grabada, la que teme más hacer el ridículo que fracasar. Cuando se lo explico, asiente como quien ya lo tenía masticado. “Es como llevar una camiseta blanca e intentar no mancharte… pero te vas a manchar”. Y ahí está todo: la libertad, el alivio, el permiso de ganar la batalla.
Su nuevo disco tiene mucho de eso: de mancharse, de buscar un poquito el cringe para que deje de doler. “En este disco me he reído mucho de mí”, me confiesa. “Ese es el primer paso para no temer al cringe… o incluso buscarlo. Cuando lo buscas, ya no lo das”.
Entre pregunta y pregunta, van apareciendo detalles que lo humanizan todavía más. Que la película que lo marcó de niño fue Hable con ella, de Almodóvar. Que su rincón favorito para escribir es El Ampurdán, en Girona. Que la canción que lo parte un poco por dentro es La albada, de José Antonio Labordeta, un cantautor aragonés. Que pronto hará su debut como actor.
Que cuando le pregunto por su último sueño —porque me dan curiosidad las vidas nocturnas de los artistas—se queda pensativo, como quien duda si contarlo, y luego suelta: “Me tomé melatonina en el vuelo para acá… y he soñado cosas húmedas”. Y se ríe. Yo también.
Luego llega la parte que más me toca, la totalmente terrenal. ¿Qué lo salva estos días? “La comida”, una honestidad que no pretende ser bonita. Luego añade el deporte: correr, tenis, lo que sea. Pero incluso ahí hay un filo que reconoce sin adornos: “A veces tengo miedo a estar solo o sin hacer nada, por esa idea de tener que ser productivo. El deporte puede ser una forma de procrastinar lo que realmente tengo que hacer”, y en esa frase hay tanta verdad que se queda flotando un momento.
Este año, con Spanish Leather ya respirando en el mundo, Guitarricadelafuente vuelve — a Guadalajara, Ciudad de México y Monterrey— y todo indica que llega a un público que, igual que él, está listo para desmontar su propia armadura. Para cantar desde un sitio menos perfecto y manchar la camiseta blanca sin pedir perdón.
Y mientras lo escucho hablar —entre risas, confesiones, silencios y esa vulnerabilidad sin esfuerzo— lo pienso claro: sí, lo más cool es compartir lo que somos cuando nadie está mirando. Y también en buscar el cringe antes de que el cringe nos encuentre. En mostrarnos enteros, incluso cuando tiembla un poco la voz.
Explora más en: Instyle.mx











